Agresividad, destructividad, violencia… Términos que, en nuestro lenguaje cotidiano y junto a tantos otros remiten a una amplia variedad de fenómenos, desde la ira que despierta la herida narcisista hasta la utilización sádico perversa de la relación con otro, pasando por el odio a lo ajeno ligado al funcionamiento de un yo primitivo que expulsa fuera de sí aquello que siente como diferente y –por ello- malo.
Freud descubrió muy pronto la existencia en el ser humano de tendencias hostiles vinculadas a la existencia de una agresividad dirigida tanto a otros como hacia sí mismo, aunque la especificidad de una pulsión destructiva o agresiva sólo aparece con el concepto de pulsión de muerte, cuya conceptualización se vio enriquecida por las aportaciones de otros autores, en particular con la obra de Melanie Klein. El pensamiento psicoanalítico ha ido poniendo de relieve la existencia de procesos del psiquismo que permiten dar cuenta de los diferentes destinos de esta agresividad, desde la destructividad radicalmente desligada -el “puro cultivo de la pulsión de muerte”- hasta su ligazón mediante lo que Freud llamaba “mociones de sentimiento” y el desarrollo de identificaciones que permiten la interiorización de los vínculos y la conservación de la relación con el otro.
El mismo Freud, en su correspondencia con A. Einstein -“¿Por qué la guerra?”, (1932)-, nos advierte: “Pretender el desarraigo de las inclinaciones agresivas de los hombres no ofrece perspectiva ninguna”. Es que si es bien cierto que las condiciones en que se ha dado el desarrollo del individuo pueden tanto favorecer la sublimación y la canalización de la agresividad como dificultar la integración y poner en grave riesgo las perspectivas futuras; esta agresividad inmanente y específicamente humana no puede conocer otra suerte que la fatalidad de su fijación compulsiva -hacia-contra sí mismo o los otros- o bien su sublimación, transformación y puesta en marcha en beneficio de la vida, la actividad y la entereza. Entre uno y otro extremos, múltiples variaciones posibles.
La clínica psicoanalítica, con humildad pero con firmeza, no ofrece otra cosa que abrir los caminos más o menos severamente bloqueados –o incluso sin trazar en algunos casos- a fin de procurar al paciente la posibilidad de aprovechar el empuje inherente a esta agresividad en beneficio, como Freud señalaba, de su capacidad para amar y trabajar. Vivir en suma.
Alberto Carrión
*Reseña de la actividad realizada por la FEPP el 15 de junio del 2022