Hace ya mucho tiempo que ocurrió, pero aún mantengo el recuerdo de una clase de Bachillerato, en aquél tan vetusto como entrañable edificio neoclásico del Instituto Padre Isla de la calle Ramón y Cajal, en la que un profesor (no sé de qué asignatura) nos disparó una pregunta-enigma: … “y si un día cuando Uds. intenten salir de casa se encuentren con el hecho de que no hay calles ¿cómo se sentirían?… “. Estoy seguro de que en aquel momento anulé el impacto de la cuestión achacándolo a locas ocurrencias de aquel -no sé si viejo o joven- profesor. Sin embargo, nunca pude olvidar la conmoción de la experiencia que nos invitaba a pensar.
Muchos años después, me encontré ante el hecho de pensar esa misma experiencia leyendo ese extraño trabajo de Freud sobre lo Ominoso (Lo siniestro). Él describe la situación con algunos rasgos característicos: “Lo habitual, la creencia en lo que era familiar y seguro (espacio vital, relaciones), se cambió a desconocido y amenazante. Lo que debía de permanecer oculto por no pensado, – como el ambiente o el “otro” -, se volvieron necesarios de pensar en su existencia y en su capacidad tóxica. “Aquello familiar que debía de mantenerse oculto se volvió visible”: En esa situación el Yo sufre una impresión de inermidad frente al mundo donde ha de realizarse.
La situación actual de la pandemia por el Covid-19, es el acontecimiento que ha hecho real esta experiencia. Nuestro derredor, se convirtió en un “Enviroma” de potenciales malignos y tóxicos. Ante nosotros parecen haber desaparecido las “calles seguras”, el “aire purificador” y el “otro como compañero obligado de nuestro desarrollo y realización”. Nos hemos caído a un agujero. Y en esa situación hemos entrado en pánico. Desde ese estado unos corren hacia el encuentro de paraísos perdidos en la idea bucólica de sus pueblos, llenando de gas urbano sus aires limpios; otros, acostumbrados a la pasividad de unos beneficios y soluciones pasivas que les ha ofrecido la “generación del bienestar” esperan mágicamente la solución de nuestra ciencia deificada; y un tercer grupo se ha quedado paralizado por el miedo, fijados a esta relación de inmovilidad frente al pánico, una actitud subrayada por una administración que la ha institucionalizado con la orden del confinamiento.
La situación es difícilmente pensable, para ello se necesitaría tener una distancia que permitiera un acercamiento simbólico a la situación que todavía no tenemos. La esperanza en un futuro mejor es: sólidamente incierta. No conseguimos entender muy bien a nuestros jóvenes actuales, esa generación X de “los millennials” que ya se ven amenazados de ser sobrepasados por la generación Z. También a la Sociología parece habérsele acabado el índice de la continuidad.
La filosofía de la Desesperanza parece sujetarnos a ese agujero al que nos han lanzado. No hay duda de que, si nos quedamos ahí, paralizados por nuestra vulnerabilidad ante el enemigo, éste va a seguir su progresivo trabajo de “despojo” de los dones y capacidades que tenemos (también a esta actitud perversa suelen apuntarse alguna de las organizaciones que pretenden guiaros). Este camino nos llevará a convertir nuestro agujero actual en una especie de “agujero negro del espacio” que devorará nuestra propia existencia. Son algo más que actitudes victimosas, son actitudes de negativismo activo, (negacionistas se les llama ahora) que no encuentran puntos de fijación a este desmantelamiento.
Si el pensamiento no es posible tendremos que recurrir a la acción, pero ¿Podemos movernos en ese agujero? Por supuesto que sí, pero ¿hacia qué dirección? Esa es la gran decisión.
No, aquí no caben ni la rabia, ni la espera de soluciones ideales, la demanda de anestesia química a nuestros miedos, ni la queja lanzada al aire convertidos en mártires. Eso son disfraces baratos de la Pulsión de Muerte. Tenemos que sacar recursos para movernos hacia todo lo que señalen caminos a la supervivencia. No estamos tan desnudos como parece. Tenemos nuestra historia, común e individual, historias de nuestras otras pestes, de otras guerras de las que hemos sabido salir, de tragedias individuales y personales que hemos soportado. Aún quedan amigos, vecinos o conocidos con deseos mutuos de acercamiento. ¡Hagamos vínculos con todo eso! Empezando por nosotros mismos, con lo que fuimos o soñamos: hay que recuperar una dosis de narcisismo necesario; y alcemos la mano – con las condiciones de protección necesarias y aconsejables – para que podamos crear pequeños espacios de “suficiente seguridad vital”, donde pueda entrar otro y unos otros que necesitamos para desarrollarnos. Olvidemos las ideas de masa y globalización. Y creemos en nosotros mismos, no dirigidos, haciéndonos autores de esa “nueva realidad” que si es verdad que se nos acerca, al menos tenga la marca de nuestra iniciativa.
Lo que propongo no es una conducta de apoyo, ni de consejos conductuales. Es una invitación a entrar en “el bucle” (ahora se entiende así) de la Esperanza y olvidarnos de que otros creen y fabriquen nuestra historia en la que tenemos que tener el papel de autores.
Es una pequeña invitación respecto a cómo manejar esta terrible experiencia que nos ha tocado. Tal vez la situación nos imponga estar Solos, pero nunca Solitarios.
V. Rodríguez Melón
Médico-psiquiatra. Psicoanalista